martes, 3 de agosto de 2010

CONTRA LA TRIPLE OPRESION

Por Yuderkys Espinosa Miñoso*

El pasado 31 de Julio se celebró por primera en Buenos Aires el Día Internacional de la Mujer Afro Latina, Caribeña y de la Diáspora, que a nivel mundial se conmemora el 25 de ese mes. Además de la realización de muestras de artes plásticas y de artesanías, exhibición de cortometrajes y de presentaciones musicales y de danza, el evento propició un espacio para reflexionar sobre la situación de las mujeres negras en la actualidad. Se abordaron temas como la supuesta existencia de un “matriarcado negro” y el carácter monolítico del sujeto “mujer”, ideas que invisibilizan formas de opresión contra las mujeres negras.

La actividad fue organizada y convocada por el Movimiento Afrocultural, un espacio de investigación, difusión y enseñanza de la cultura afro, constituido formalmente en el año 2000 y heredero del Grupo Cultural Afro, que desde la década de 1980 aglutina a la población afrouruguaya que migró a Buenos Aires.

Para Sandra Chagas, integrante del Movimiento Afrocultural desde su primera etapa y una de las organizadoras del evento, este festejo es un primer paso hacia el reconocimiento de la triple opresión que sufren las mujeres afro por razón de su género, raza y clase.

Pese a la idea ampliamente difundida de que las mujeres afro son los pilares de sus hogares y son quienes toman decisiones al interior de la familia –con frecuencia se afirma que en las familias negras las mujeres son quienes mandan y “se hace lo que ellas dicen”–, lo cierto es que ellas han sido excluidas de lugares de liderazgo de su comunidad y su acceso al espacio público es restringido. La razón de esta aparente contradicción se encuentra en el corazón mismo de estas representaciones, pues al legitimar el papel de las mujeres como sostén emocional y material del grupo familiar hacen que su trabajo esté al servicio de “los suyos” y no de sus propias vidas. Esta concepción del papel de las mujeres les asigna la función de madres y esposas, así como la tarea de contribuir económicamente para el sustento de la familia. Este rol ha estado presente desde la época de la colonia y se ha transformado con el tiempo para permitir el ingreso de la mujer negra en el mercado como mano de obra barata.

La situación de pobreza y marginación en la que se encuentran muchas mujeres negras ha impedido que ellas gocen de los logros alcanzados por las luchas feministas que pensaron el género sin considerar su articulación con otros regímenes de poder. La mayoría de las mujeres afro no ha tenido la posibilidad de completar sus estudios básicos y es reducido el número de las que ha accedido a la educación universitaria. Sus vidas no han sido recogidas por la teoría clásica feminista, que se fundó sobre el análisis de “la mística de la femineidad”, que explicó la opresión de las mujeres a partir de su reclusión en el hogar, donde las mujeres realizan las tareas reproductivas, y de su exclusión del sistema de producción y del trabajo asalariado.

La naturalización del papel de madres, esposas y trabajadoras precarias que aportan al sustento familiar, propio del ideal de la mujer afrodescendiente, se hizo presente en los relatos de algunas de las participantes en el evento conmemorativo, que hablaron sobre las duras condiciones en las que debían cumplir con sus tareas sin cuestionar la imposición de dichas labores. Sus relatos versaron sobre mujeres fuertes que lograron sacar adelante a sus familias en soledad o en alianza con otras mujeres de la familia; sobre mujeres cuyas preocupaciones y demandas enfrentaban la pobreza y a la precariedad en la que habían tenido que realizar “su” tarea como mujeres negras, pero que no se rebelaban contra este destino.

Pese a que el Movimiento Afrocultural cuenta con figuras como Sandra Chagas, quien se define como lesbiana afrodescendiente, la naturalización de la maternidad en el ideal afro de ser mujer excluye relatos alternativos ante un futuro heterosexual. Para Sandra, esto puede estar relacionado con el hecho de que el Movimiento Afrocultural no haya nacido como grupo político, sino como un espacio comunitario para el encuentro de las y los afrouruguayos que migraron a Buenos Aires. “Hasta hace apenas tres años, yo misma comencé a verme como una activista”, afirma Sandra, cuya narración muestra el nexo entre este replanteo de su identidad en términos políticos y el acceso a espacios de feministas lesbianas.

Para Ernesto Costa, artista afro responsable de organizar la celebración, la idea del “matriarcado negro” se ha sostenido durante mucho tiempo para reafirmar el lugar de las mujeres dentro de las comunidades afro. Costa sostiene que este hecho guarda relación con la experiencia de vida de chicos que crecieron en familias donde la madre, las tías, las abuelas eran la figura y el sostén principal, ante la ausencia del padre. Puesto que la idea sola de un “matriarcado negro” enmascara el dominio que ejercen los varones de la comunidad, que es aceptado y visto como natural, Costa propone el concepto de “matriarcado machista”, que se refiere al valor que cobran las mujeres en tanto cumplen con su lugar central de unificar a la familia, y que ellas mismas actualizan para cada nueva generación de varones y mujeres cuando cumplen con su papel cohesionador.

Respecto a las relaciones de género al interior de la comunidad afrouruguaya, Lihuem, la integrante más joven del grupo, afirmó en el encuentro: “Yo nací dentro de este movimiento y desde mi vivencia me parece que es una cultura fuertemente machista”. Con 21 años y madre de un hijo del cual es la única responsable, Lihuen sabe de lo que habla. Hija del líder del Movimiento Afrocultural, ella creció dentro del accionar del colectivo y se levanta así como una de las voces más fuertes que enuncia lo que no siempre se ha querido reconocer: en la cultura afro en general se observa una marcada división de roles según el género que define la vida de mujeres y varones, colocando a las mujeres al servicio de estos últimos. “En nuestras actividades las mujeres bailan y los varones tocan el tambor”, dice Lihuem, al tiempo que manifiesta lo difícil que resulta el proceso de cambiar estos patrones y convencer que ello está ligado a relaciones de poder que han mantenido a las mujeres afrodescendientes subordinadas en sus comunidades.

Tanto Sandra como Lihuem reconocen la necesidad de un trabajo sistemático con las mujeres de la comunidad que propicie cambios en la forma como se relacionan hombres y mujeres al interior de la comunidad. Empero, existen algunas circunstancias que dificultan esta labor: “lo que pasa es que la gran mayoría de las mujeres que se aglutinan alrededor de nuestras convocatorias son adultas y con responsabilidades; tienen poco tiempo entre el trabajo y el cuidado de la familia”. A esta dificultad se suma la actual dispersión de las participantes, quienes anteriormente vivían en el mismo barrio: “y desde que nos desalojaron del Galpón de la calle Herrera, en el barrio de Barracas, lo que se podría considerar el último quilombo urbano de la ciudad de Buenos Aires, cada quien se fue a vivir en lugares diferentes y lejanos, nos han separado y se hace muy difícil desarrollar una propuesta de trabajo con ellas, aunque es urgente y necesario”.

Pese a que existen esfuerzos recientes por evidenciar las distintas formas de opresión hacia las mujeres afro en la Argentina la crítica de la naturalización de los roles de género y de la heterosexualidad como único destino es cada vez más necesaria tanto en la sociedad en su conjunto como al interior del propio grupo.

* Coordinadora general del Grupo Latinoamericano de Estudios, Formación y Acción Feministas (GLEFAS) y miembro del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE), Universidad de Buenos Aires.

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